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Andre
(9 Posts hasta ahora)
03-10-2010 06:17 (UTC)[citar]
Los ojos, la ventana del alma.

Dicen “El hombre está dispuesto a pagar más por un perjuicio que un beneficio, porque la gratitud es una carga y la venganza….. un placer”. Y ahora después de tantos años, me doy cuenta que la maldad no es causada por aquel que no hace nada; sino que, la maldad perdurara porque es la consecuencia del bien.

Es triste; y al mismo tiempo lo más hermoso, tan poético el presenciar una muerte. La muerte de una flor, la muerte de un ave, la muerte de un ser amado… el observar el último aliento exhalado por aquel que padece.

Pero hubo un tiempo en el cual no disfrutaba de la muerte y el sufrimiento ajeno; no, hubo un tiempo en el que la vida era bella, clara, sin contratiempos, sin presiones, sin la obsesión de saciar mi sed por el sufrimiento de aquellos que eran marcados mi maldad.

Recuerdo… recuerdo que tenía solamente 14 años cuando todo comenzó. Los recuerdos de mi niñez son vagos y difusos pero existen las sombras de un amor no correspondido, de una amistad perdida, de un rechazo del lecho parental y un desasosiego de la sociedad.

Adentrándome siempre en los libros, siempre en la fantasía de un mañana sin dolor, sin soledad, incubando un odio hacia la vida y admirando la hermosura en el perecer del tiempo. Observe como cambiaba mi apariencia, de ser un ser alegre a una bestia deseosa de nada más que sufrimiento de terceros.

Observaba como mi mirada cambiaba a través de los días, como mi sonrisa se convertía en una mueca retorcida y como mis facciones se tornaban más duras y estáticas. Mi cuerpo se fue tornando delgado y esquelético, mi piel blanca como el mármol y fría como el acero, mi cabello largo y revuelto por la falta de interés, mis uñas largas y descuidadas a causa de la apatía y mi ropa raída y sucia.

Usaba la misma chaqueta vieja, unos vaqueros desgastados por el uso y unos tenis sucios y rasgados a causa de mis caminatas largas en la noche en las que observaba y despreciaba la felicidad y euforia que se asomaba en los ojos de aquellos que se cruzaban en mi camino.

Y al poco tiempo sucedió, después de tanto rencor que hervía en mi interior, me encontré con el cuerpo de aquella pobre joven; mi primera vez… aquella joven esbelta y hermosa, cabello castaño claro, manos delicadas, facciones finas, piel clara y su vestido blanco manchado de sangre que emanaba de sus cuenca donde una vez estuvieron sus ojos, observe como la sangre corría por sus mejillas y se derramaba sobre su lecho dejando nada más que una muñeca sin vida, una marioneta helada e inerte que lloraba frías gotas rojas. Mis manos manchadas por la culpa, manchadas por el odio y la sangre de una inocente, sentía un extraño mareo, mi visión un poco borrosa pero al mismo tiempo clara como el agua, el piso medaba vueltas y mis pensamientos solo pedían “¡Mas!”.

Día tras día solamente escuchaba “Mas, ¡mas!, ¡danos más!, ¡queremos más! ¡MAS!”. Recuerdo los siguientes, todos y cada uno de los que siguieron el mismo camino de aquella chica, el pequeño niño del parque, el muchacho en el bar, la señora en su casa, aquel anciano que lo único que hiso antes de silenciarlo, fue contarme su vida, la niña en su triciclo, el hombre del traje, la anciana en el autobús, podría seguir nombrándolos pero cuál sería el caso… y lo recuerdo … primero sus miradas, esa sonrisa en sus ojos, esa alegría que brillaba sin la necesidad de una sonrisa, esa alegría que se percibe en los ojos de aquellos que aman y son amados, pero aun cuando obtenía sus ojos nunca pude alcanzar esa felicidad que se escondía tras ellos.

Y ahora la obscuridad me consume y me quita el aliento, las noches son interminables y los días parecen no tener fin, y mi codicia por aquella felicidad tan ajena, crese y crese a cada minuto, a cada segundo, el tiempo parece detenerse y lo único que logro ver son aquellas cuencas bacías, aquellos rostros en los que alguna vez se asomo una sonrisa, aquellos cuerpos sin vida que yacen en el que una vez fue el hogar de mis padres el cual no volveré a mencionar.

En mis oídos retumban las voces de aquellos a quienes arrebate su felicidad, su vida; y lo único que escucho es “¡MAS, DANOS MAS, SOLO UN POCO MAS!” -¡¿pero es que no entienden que ya no puedo?! No lo deseo, no lo soporto! Es que acaso no pueden comprenderlo?!-“¡MAS, MAS, SOLO UN POCO MAS!” y caigo en la tentación una y otra y otra vez agregando voces al coro de mi castigo, al repertorio de mi sufrimiento, al infierno en vida.

Y me quedo estático observando la habitación, las cortinas ondeando al viento de una noche clara por la luz de la luna que entra a través de la ventana, dibujos en las paredes, en el suelo algunos juguetes, manchas… manchas por doquier… manchas en mis zapatos, en el piso, en los juguetes, manchas en el papel que tengo delante, la pluma manchada a causa de mis manos.

De pronto un golpe en la puerta; pálido como un habitante de la tumba entro un hombre; en sus ojos un violento terror, me hablo con vos trémula, ronca, horrorizada ¿Qué dijo? Percibía el odio en sus palabras, frases entrecortadas, hablaba de allanamiento de morada, de un cadáver desfigurado, un hijo perdido.

Señalo mis ropas, mis manos llenas de sangre coagulada. No proferí ningún sonido, todo me daba vueltas, una escena irreal; tomo suavemente el cuerpo inerte de… ¿es acaso una niña?, ¿pero qué es lo que le falta a aquella niña?, sangre corriendo de sus cuencas. Permanecí inmóvil mientras aquel ser salía y volvía a entrar, un objeto brillante en sus manos, su mirada, aquella mirada que observaba cada día frente al espejo me miraba desde otro rostro, levanto aquel objeto hacia mí y la pluma cayo y rodo por el piso junto al charco de sangre que crecía a un lado de los juguetes.

FIN
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